Asistimos este fin de semana a una gran fiesta, un
movimiento popular y folclórico que como ninguno atraviesa por igual y sin
distinción todas las clases sociales. Se trata del multitudinario Concurso de
Marinera Norteña de Trujillo organizado por el Club Libertad.
Los participantes llegan de todo
el Perú y de muchas partes del mundo donde luego de un proceso de selección
complicadísimo acceden al olimpo de la Marinera Norteña.
La Marinera como sabemos tiene su
origen en Lima, la vieja Zamacueca, que en el siglo XIX era el baile más
popular de Lima y que es descrita con entusiasmo por diversos viajeros y
cronistas, cambiará varias veces de nombre antes de ser bautizada en forma
definitiva por Abelardo Gamarra como Marinera, en homenaje y recuerdo de la
heroicidad de nuestra Marina en la Guerra del Pacífico.
Es esa expresión folclórica
limeña la que viaja por todo el Perú y en cada lugar va tomando características
propias de la idiosincrasia local y transformándose. Surgen así la marinera
arequipeña, la ayacuchana, la puneña y entre otras muchas versiones y en forma
muy tardía la marinera norteña.
Es por ese motivo que se dice que
la Marinera es nuestro baile nacional, por su presencia en todo el país y la
forma en que se ha adaptado a cada lugar.
Con estos antecedentes es propio
señalar que el magnífico concurso que nos encandila cada enero desde Trujillo y
cuya transmisión televisiva por el canal del estado alcanza picos
impresionantes de rating, debiera llamarse Concurso de Marinera Norteña y no
como se llama Concurso Nacional de Marinera.
Otro tema polémico, consolidado a
partir del Concurso, es por qué se ha
hecho regla general el uso obligatorio del sombrero en el hombre y la también obligatoria
presencia de la mujer descalza. Ni uno ni otro tendría por qué ser así. Cuando
se observa fotografías de los primeros concursos en Trujillo hace ya más de
medio siglo, se ve a las mujeres con zapatos y traje de calle y a los hombres
sin sombrero. Sin duda que los puristas de lo nuevo, los fundamentalistas de
folletín pondrán el grito en el cielo ante estas “atrevidas” afirmaciones.
Está claro que también el Concurso
es un gran negocio para las academias y que ellas son las responsables de
muchos de los desaguisados que podemos observar. Como la tendencia a convertir
un hermoso baile de pareja, de gran sensualidad, en una muestra cada vez más
arbitraria de maromas y acrobacias, en las que la pareja es casi lo último,
pues vemos como los hombres buscan el lucimiento, cosa antes impensable y
bailan por su lado mientras las mujeres, también por su lado, se entregan a una vorágine de vueltas y contra vueltas y a
una loca carrera de requiebros y falsas sonrisas.
Mención aparte merece el
malhadado concurso de coreografías. En primer lugar siendo la Marinera un baile
de pareja, mal se hace en convertirlo en un pasacalle o en una coreografía
masiva.
Esto sin embargo, deviene en
secundario cuando apreciamos muchas veces con vergüenza ajena lo que las
escuelas y academias presentan en esta parte del concurso. Hemos visto,
soldados, policías, caballos de cartón, monjas, curas, a la dama de Cao,
pescadores, niños y abuelos en las más desenfrenadas coreografías y los más
disparatados vestuarios que en la mayoría de los casos son lo más lejano a una
verdadera marinera. Esto por no decir nada de la pobreza literaria de los
textos que se teatralizan, haciendo de esta parte algo de nivel escolar e indigno
de una movilización nacional como la que el concurso de Marinera Norteña de
Trujillo implica.
Es menester dar marcha atrás.
Eliminar esta parte del concurso, que además a juzgar por las graderías vacías
que siempre le sirven de marco tampoco es del gusto de las mayorías.
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