UNO
Un beso, un abrazo a cada hijo,
las últimas recomendaciones a doña Dolores, su amada esposa; seguramente una
sonrisa un tanto forzada para reducir la tirantez del momento, y besos y mimos
otra vez. Así debe haber sido esa triste mañana en que don Miguel, el querido
Miguel Grau, dejó su casa de la calle de Lescano para no volver jamás.
Así es el destino trágico de los
héroes. Así son las despedidas del que sabe que va a una muerte segura.
Sin duda que mientras cruzaba el
zaguán de la vieja casona, recordaba su infancia en Piura, cuando a los nueve
años se embarcó por primera vez para convertirse en hombre, en hombre de mar,
para mayores señas. También es posible que haya recordado mientras partía a
entregar su vida por la patria su primer naufragio cuando también era apenas un
niño. Así es y será la vida en el mar.
Sus últimas visiones de Lima se
habrán entremezclado con los recuerdos de su boda en la iglesia del Sagrario,
si, ahí mismo, en la Plaza de Armas, con la amada Dolores. Luego el nacimiento
de sus diez hijos; ¡son tantos recuerdos!...
Al pasar por la Merced se habrá santiguado,
como buen cristiano. Ese sin duda no fue un gesto mecánico, fue un acto
consciente, de vuelta en sí, de profunda convicción; y entonces habrá recordado
su última confesión con el Padre Gual , el mismo que le obsequió la imagen de
Santa Rosa de Lima que lo habrá de acompañar hasta el último día de su vida en
el camarote del Huáscar.
Cerrados los ojos habrá aspirado
por última vez el aroma de las huertas de Lima y habrá recordado - porque el
olfato está asociado a la memoria- los membrillos, el almizcle, el clavo de
olor, las mieles y la mistura que daban olor a las casas de Lima, de esa Lima
que ahora dejaba atrás y que más adelante será incendiada y saqueada con odio y
sin clemencia por un enemigo siniestro y protervo. Pero para entonces el ya
habrá muerto, ya habrá entregado su vida en el Huáscar. Pero Lima como se sabe
es más que toda la miseria humana y habrá de sobrevivir para ser por siempre
Lima.
Lento avanzaba el carruaje,
mientras a lo lejos don Miguel ve por
última vez las Torres de San Francisco, de Santo Domingo, de la Catedral y escucha
como un triste adiós el tañer de las
campanas y habrá recordado que dice el
catecismo, que cuando suenan las campanas, en el cielo cantan los ángeles.
DOS
Qué ideas habrán pasado por la
mente del gran Miguel Grau aquella madrugada del 8 de octubre de 1879, cuando
llegando a Antofagasta eran las tres y media de la mañana y avistó “tres humos”
en el horizonte, señal inequívoca de la presencia de naves enemigas.
Dio la orden de girar al este y
luego al norte, la Unión y el Huáscar navegaban juntos.
Qué sentimientos se habrán
agolpado entonces en su noble corazón cuando vio al norte otros “tres humos” y
supo que estaban rodeados. Cuántas ideas e imágenes habrán poblado su mente de
estratega cuando ordenó al Unión escabullirse para salvar al menos una nave y
disponerse en la pequeñez de su querido monitor a iniciar desigual combate.
Ya lo había advertido en Lima
antes de partir: “Señores, es preciso que no nos formemos ilusiones; el Huáscar
es sin duda un buque muy fuerte, pero nunca podrá contrarrestar el poder de uno
solo de los blindados chilenos, pues estos tienen una coraza uniforme de nueve
pulgadas y seis cañones de igual calibre que los del Huáscar (…) A pesar de
todo el Huáscar cumplirá con su deber, aun cuando tenga la seguridad de su
sacrificio”.
La fría brisa sureña habrá besado
sus mejillas cuando ordenó abrir fuego contra el blindado chileno Cochrane, fue
la última decisión de su vida, eran las 9.25 horas y transcurrieron 15 minutos
hasta que una descarga chilena hizo volar en pedazos su cuerpo.
Cuesta imaginar la soledad del
héroe esa fría mañana. Cuesta imaginar su sentir. Cuál es en definitiva el
sentimiento del que va como él, sereno, impasible, gigantesco ante la muerte y
finalmente entrega todo por la patria.
Fueron los quince minutos más
trágicos de la historia nacional, cuando ya Grau sabiéndose perdido continuó el
combate. ¿Cómo habrán sonado sus órdenes heroicas en aquel momento? Su voz se
habrá hecho una con el estruendo del combate y el rugir de las aguas de su mar.
Porque el Pacífico Sur es el Mar de Grau. Siempre lo será, desde Tumbes hasta
Tarapacá.
Fueron quince minutos eternos,
como eterna es su gloria. Como eterna es la deuda del Perú con él.