viernes, 25 de abril de 2014

El dogma gay





Con respecto al tema de la mal llamada unión civil y que no es otra cosa que un matrimonio de homosexuales  encubierto, se han dicho muchas cosas. La progresía ha multiplicado sus esfuerzos, se ha maquillado y ha asumido el tono de voz docto y las actitudes de justicieros indignados para imponernos a la mayoría de peruanos lo que Fernán Altuve ha definido con inteligencia como una discriminación positiva.

Estas líneas no apuntan a dar más argumentos en contra del aberrante proyecto. Al respecto todo está dicho. El debate ya casi no tiene sentido, porque por un lado estamos los que con argumentos doctrinales, jurídicos y filosóficos nos oponemos y por otro los que con sensiblería e intolerancia lo quieren imponer. Nuestra intención es ver desde fuera el debate y su devenir.
En los últimos meses hemos asistido a un linchamiento de cuanto opositor ha tenido el proyecto, hemos visto la vergonzosa claudicación y el cobarde silencio de muchos, hemos visto y leído a cuanto plumífero bien pensante y políticamente correcto existe, argumentar sandeces con enchape científico. Hemos percibido como un importante grupo periodístico se ha desmarcado de la acusación de   “concentración de medios” llenando sus páginas de columnistas anticlericales y radicales de izquierda, dejando de ser el diario familiar y confiable con el que todos crecimos.

Y hemos todos visto como se ha tejido hábilmente la red de la mentira progresista para el descrédito de quienes nos oponemos a este proyecto por aberrante y antijurídico. Es así que de plano, el que se opone es homofóbico. El que razona y da argumentos en contra, habla por odio. El que se ampara en su credo religioso es un fundamentalista. Y ya en el delirio Gonzalo Portocarrero señala que  el centro, el sur y el oriente del país se oponen mayoritariamente al proyecto de marras por la mayor raigambre indígena, que es donde pesa más el tradicionalismo. Este es un argumento que sendero luminoso esgrimía para asesinar a los campesinos que eran intrínsecamente conservadores y retardatarios de la revolución. Otro argumento deplorable es que como vivimos en un país laico la Iglesia no puede opinar. Nada más falso, la Iglesia habla y opina para los que quieran oírla y tiene el derecho de hacerlo.

Lo que realmente enfrentamos es  una corriente internacional que ha hecho de su vida sexual una ideología. Que ha hecho de sus inclinaciones personales e íntimas una tendencia política, que ha hecho de sus destemplanzas un dogma. Una ideología que no pretende imponer el bien común, que ni siquiera tiene en consideración la opinión de las mayorías, que en resumen no es democrática ni respeta a quienes opinan distinto. Son fundamentalmente intolerantes.

Ante este panorama sólo cabe el pesimismo. Tal vez en esta ocasión no lo consigan, pero es cuestión de tiempo. La subversión siempre es paciente. Se agazapa y espera. Mientras va socavando los cimientos, corrompiendo, envenenando, engañando, hasta dar el salto. Estaremos atentos.


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